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Cómo atender mejor a nuestros mayores Guía Práctica
PROBLEMAS ÉTICOS
Introducción
El tema de la discriminación
El consentimiento informado
Negligencias, abusos y malos tratos
Situaciones al final de la vida
Aspectos éticos y legales en relación con el final de la vida.
Aspectos éticos y legales en relación con el final de la vida.
ASPECTOS ÉTICOS Y LEGALES EN RELACIÓN CON EL FINAL DE LA VIDA.


Al final de la vida la opinión del propio individuo debe ser la principal. Siempre, el sentido común, el compromiso de justicia y la actitud compasiva y humanitaria tienen grandes posibilidades de llevar a una actuación correcta.

Nuestra época ha introducido cambios importantes en la manera de vivir la muerte, que van más allá del deseo de ignorarla. Se muere de otra forma y en otros sitios. Los hospitales e instituciones tienden a reemplazar a la propia cama. La tecnificación y los aparatos sustituyen a la familia. Además, en muchos casos, los avances de la medicina permiten una razonable estimación aproximativa de algo tan importante como es cuándo se va a producir la muerte. Todo ello ha determinado que la búsqueda de una "muerte digna" se haya convertido en uno de los temas "y de las obsesiones" más discutidos de nuestro tiempo.

A la persona que se siente morir, y mucho más a la que sabe que se va a morir, se le plantean diferentes conflictos que su familia debe conocer y ser capaz de valorar. Estos conflictos suelen agruparse en dos grandes apartados: pérdidas y temores.

Entre las pérdidas, una de las más importantes es la de la propia indepen-dencia para llevar a cabo su papel en la familia y en la sociedad. Se producen pérdidas de imagen y de apariencia, pérdidas en muchos casos del control de los acontecimientos, de la capacidad para tomar decisiones o seguir el proceso de la propia enfermedad. Son pérdidas a menudo automáticas e inevitables, pero que en ocasiones se le imponen al paciente desde fuera, desde la propia familia, desde la sociedad o desde la institución sanitaria, lo que puede multiplicar el carácter doloroso del conflicto.

Entre los miedos, cabe destacar, en primer lugar el temor a la propia muerte, y aquí cabría recordar los trabajos de Kübler-Ros, con su sistematización de las cinco fases por las que suele pasar el moribundo: negación, indignación y rabia, regateo, depresión y aceptación. A menudo, estos miedos se traducen en pérdidas de esperanza, en sentimientos de frustración cuando se analiza la vida pasada, o en exageración del sentido de la responsabilidad al pensar en los problemas que se dejan pendientes.

El miedo se expresa también en aspectos mucho más concretos: al dolor que puede llegar, a los efectos del tratamiento, a la situación económica o al rechazo y abandono por parte de la familia y los amigos. Al tema del dolor debe de expresarse que hoy en día es totalmente controlado y es un derecho de todo paciente el no presentar dolor aún más en situaciones cercanas a la muerte.

Algunos de los problemas concretos con los que deberá enfrentarse la familia al llegar a este punto son los siguientes:

El tema de la información de la enfermedad,ya comentado en el punto anterior: En líneas generales la persona mayor no tiene miedo a morir, después de una larga biografía, habiendo ya visto la muerte en personas cercanas (maridos, hijos, amigos, conocidos, ...), y con el sentimiento de toda una biografía cumplida. Por ello no es conveniente el mantener la llamada conspiración de silencio (ocultar la verdad sobre la enfermedad y su pronóstico). Es más la persona mayor sin decirle la verdad en muchas ocasiones conoce mejor que la familia su enfermedad y su pronóstico, es decir conoce mejor que nadie que la enfermedad que tiene no es buena y que se va a morir. En muchas ocasiones si la persona mayor no ve apoyo en sus hijos para poder hablar del tema, lo ocultará, ya que hasta el último momento protegerá a los suyos del sufrimiento, y si el hablar de la muerte les causa problemas, ellos lo dejarán de lado y no hablaran del tema. La familia deberá hacer equipo con él y con su enfermedad. Serán tareas del equipo médico a lo largo de este camino las de aliviar los dolores físicos y los males morales, estimular en la lucha por superar lo que se aproxima, relajar tensiones y ansiedades, prever y adelantarse a las vicisitudes y complicaciones que vayan surgiendo.

La familia constituye junto con el anciano moribundo, la unidad a tratar por parte del equipo médico, necesitando igualmente de una comunicación eficaz, siendo válido todo lo expuesto anteriormente, así como de un "control de síntomas" de la familia: ansiedad, miedos, sentimientos de culpa, carga de cuidados, duelo, ... Las enfermedades no oncológicas (demencia, trombosis, ...) se diferencian en este punto del cáncer fundamentalmente en su largo proceso de declinar funcional y de dependencia de cuidados, en definitiva de cronicidad, con una mayor necesidad a largo plazo de cuidados sociales tanto comunitarios (ayuda a domicilio...) como institucionales (residencias, centros de día, ...), que exigen de un esfuerzo continuado y al límite muchas veces de sus posibilidades, y que suele descompensarse precisamente en los estadios finales de la enfermedad, apareciendo con alta frecuencia una gran sobrecarga del cuidador primario, con trastornos emocionales y sentimientos ambivalentes de culpa y de abandono de su familiar al que lleva cuidando largo tiempo. A esto se le añade que para el medio sanitario es un paciente de difícil manejo y con dificultades de alta, siendo por lo tanto un paciente no deseado, reflejándolo en muchas ocasiones directamente sobre el trato a sus cuidadores.

La cuestión de dónde morir. Hasta hace 40-50 años no se moría en los hospitales. El gran desarrollo de la medicina hospitalaria y la tecnificación de la profesión son los que han determinado este problema. La muerte en el propio domicilio, con preferencia a la que se produce en la institución, sea ésta hospitalaria o no, se asocia habitualmente a un menor riesgo de agresión para el anciano moribundo y también a una mayor posibilidad de despedirse de este mundo en el mismo entorno en el que se ha vivido.

Eutanasia. Hoy en día estas cuestiones se plantean cada vez con mayor crudeza y, de forma específica, cuando afectan al paciente de más edad. La eutanasia, que quiere decir "la buena muerte", está prohibida legalmente en casi todo el mundo. Se trata de la eutanasia activa, que es intervenir directamente para acortar la vida. La reflexión en este punto por el carácter añoso de la persona mayor hace que presente tintes peculiares. Resulta paradójicamente favorable al anciano que su propia ancianidad y, según ella, su previsible mala recuperación lo protejan con frecuencia contra una de las mayores amenazas que se ciernen sobre el paciente moribundo: el encarnizamiento terapéutico, es decir darle más tratamiento, tratamiento innecesario, haciéndole sufrir. En la misma línea, tanto los médicos como el resto del personal sanitario y la familia, acostumbran a ser indulgentes con el anciano y pensárselo dos veces antes de recomendar cualquier tipo de medida de las denominadas extraordinarias.

En sentido contrario, el anciano en mal estado y con toda suerte de dependencias presentes y futuras, se constituye en el sujeto ideal y de alto riesgo para quien tenga la tenta-ción de dar el salto a la eutanasia activa. Sus mecanismos de defensa son escasos y las posibilidades de evitar una agresión de este tipo quedan en un buen número de ocasiones en manos de terceros (lo que opinan las familias o los médicos). Las decisiones -por acción o por omisión- del médico en estas situaciones están cargadas de una tremenda responsabilidad.

Puede surgir un conflicto importante con la familia del anciano por las presiones que ésta puede ejercer, y que en buena parte de los casos ejerce en un sentido u otro, atribuyéndose el papel de intérprete de aquél. Aquí hay que repetir que con mayor frecuencia de la que se piensa los intereses y deseos del moribun-do y de su familia pueden no ser coincidentes. Más que la eutanasia en sí, es más importante el cómo se muere, es decir el conseguir una muerte digna, decorosa, sin dolor y con las necesidades cubiertas. Para ellos es necesario que el estado, garantice la cobertura de una asistencia geriátrica de calidad, que cubra todas las necesidades que plantea la persona mayor dependiente y cercana a la muerte. Si esto no es así se puede empujar hacia el suicidio asistido o cualquier otra forma de eutanasia, a la persona mayor o a los familiares que han cuidado durante un largo periodo de tiempo, por encima de sus posibilidades. Antes de dar paso a la eutanasia, el estado debe de desarrollar una adecuada asistencia geriátrica en todo el país, cubriendo todas las necesidades sanitarias y sociales de la persona mayor y de su familia. Si no es así puede ocurrir como en Holanda, en donde las personas mayores incluso se van a países vecinos a ser atendidos ante la posibilidad que sus médicos y/o familiares ante determinadas complicaciones decidan dar fin con su vida.

Recomendaciones de apoyo familiar ante una persona mayor cercana a la muerte.

Es importante conocer las preocupaciones reales o imaginarias que tiene la persona debido a que puede ser más importante solucionarle en un momento dado un problema de comunicación, de herencia o de una donación, que resolver su dolor.

En su agonía se interesará profundamente por su familia como lo hacía cuando estaba bien.

Las preocupaciones por sus seres queridos pueden ser causa de que el paciente se sienta inquieto y precise más cuidados. El contacto físico es fundamental para que el paciente se sienta aceptado y acompañado.

Recomendaciones para aliviar los temores comunes de los pacientes moribundos:

- Tranquilizar constantemente al paciente asegurándole que se le mantendrá cómodo con la medicación y con la presencia de la familia

- Ser sensibles a los ruegos verbales y no verbales del enfermo cuando solicita compañía, y ayudar a mantener sus sensación de seguridad, autoconfianza y dignidad.

- Responder al enfado y hostilidad del paciente con apoyo y comprensión.

Las necesidades espirituales tienden a reavivarse con más fuerza por la noche, y es posible que desee hablar estos temas durante esas horas cuando no se puede encontrar un sacerdote. Si la persona está ansiosa y lucha por resistir a la muerte puede morir en un estado de pánico, mientras que si acepta como inevitable la muerte, está confortado, libre de dolor, emocional y espiritualmente tranquilo, su muerte puede acompañarse de una sensación de profunda calma.

Por ello, la familia no deberá tener inconveniente en leer la Biblia u otro libro religioso a los pacientes, o rezar con ellos, si así lo desean. Igualmente ocurriría con cualquier otro tipo de religión o de actitud moral y espiritual.

Los familiares deben requerir una asistencia práctica sobre los arreglos necesarios para después de la muerte, unas instrucciones claras sobre certificados, funeraria y otros procedimientos para evitar confusiones posteriores.


Situaciones al final de la vida
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